«La Casa de Papel». Golpe por golpe. Un regalo
[...] si las leyes no se orientan directamente al bien común de los que están sometidos a ellas, serán leyes sólo de nombre, pero no de hecho, ya que es necesario que las leyes unan a los hombres entrey sí para la utilidad común.
Dante Alighieri
¡Maldita sea! Estos capítulos se hacen más cortos que franja electoral de Kast.
Tengo —o tenía, no está muy claro— un amigo que no quiere ver «La Casa de Papel» porque está “de moda”. «Braking Bad» también fue un fenómeno popular. ¿Y? La mansa serie.
Me parece absurdo, cinematográficamente, rehusarse. El plano depende del arquitecto, no de uno. Y hay construcciones hermosas.
Esta serie española es entretención pura. Alcohol desnaturalizado al 100%. Canibalismo amoroso.
Me mola, tío.
Motivos como éste es por los que uno paga Netflix. Una plataforma que entrega, tanto ánimo como desgano.
Ya saben que no vamos a hablar de la serie en sí, sino más bien de lo que nos deja.
Si es por eso y no la ha visto, puede contratar un mes gratis, de prueba en Netflix y fumarse las cuatro temporadas de una. No se la voy a contar yo po, mijo. Sienta usted el reloj y su tic-tac.
Yo creo que muy, pero muy pocos levantan la mano a la hora de arrepentirse de verla.
¿Y sabe usted porqué es un fenómeno? Porque nos muestra algo que con mucha frecuencia oculta nuestra sociedad. La hipocresía, el conservadurismo, lo político.
(Lo religioso también lo oculta, pero es tan evidente que la serie ni se molesta en apuntar a ello).
La sublevación. Exhibirse insolentemente, derramando champagne, tirando billetes.
No hay duda, la sociedad se inclina ante ellos. Aventureros averiados. Es por propia causa de la sociedad.
Claro, falsifiquemos títulos, borremos registros notariales, inventemos nombres, resucitemos muertos.
Tengamos tan poca solvencia moral. El dinero es la varilla mágica de la sociedad.
“¡Oh, mi querida chusma!”, como dijo el León de Tarapacá, el hombre es esclavo de otro hombre.
El oro ha corrompido a muchas personas. Y a los temores de muchas personas cuyos intereses se ven amenazados. Amenazados. Amenazados. El haz de corrompidos.
¿Cuál es la causa de que una sublevación no sea vencida después de la primera batalla? Y que prenda con agua. La respuesta es clara y de esto va la serie: falta una dirección segura, una espina dorsal ideológica desde el estrado. El encauzamiento del impulso heroico del hombre. El orden económico y social. Sólo hay improvisación. Egoísmo y resistencia de los jefes políticos.
Mecanismos de Sistema.
Entonces la revolución sólo puede ser antidemocrática. Al igual que el ejercicio del poder desde los altos mandos. Se da inicio a la lucha definitiva. Bajo la consigna los vencidos de hoy serán los vencedores de mañana. Un clásico que se arrastra desde antes de Cristo.
Los males del mundo. Patologías sociales.
Porque ¿la sociedad tiene deberes? No lo sé de cierto, pero lo estoy pensando. Me respondo. Sí, los tiene. Debemos, ya que vivimos en un mismo espacio, conllevarlo de la mejor manera posible. Partiendo por la amabilidad, pienso.
Pero, si Dios —el caballito de batalla de los humanos— permite guerras, muerte y rencor. Perfectamente podría estar haciendo cocaína.
El mundo es una mentira, pero se cree en él.
Si hay una explotación de la sociedad, debe haber una respectiva puerta falsa de entrada y salida a la revolución.
«La Casa de Papel» habla, secretamente, de la revolución, y se dirige a la masa popular. Y cedemos y caímos rendidos ante ella. Porque es lo que secretamente deseamos.
El debate se discute incluso entre los propios personajes. ¿Quién es perro faldero?
Esa es una de las máximas de la serie. El metaproblema.
Más allá de isomorfismos y paralelismos, hay diversas experiencias y eso es lo hermoso. Siendo el uso del lenguaje lo más. Es exquisito. Tanta metáfora. Tanto garabato. Tanta jerga.
Creo que hasta a los españoles mismos les llama la atención y les causa gracia las expresiones que usan. Quizás es un argot muy deep web, marginal. Pero cuando llega a Chile, hay que apretar la guata de la risa.
Es ahí donde uno se enamora de los personajes. Y no hablemos sólo en esta serie. Es en la vida. Yo, ellos, tú, nos enamoramos de los personajes —no de los actores— por lo que hacen, por lo que dicen, sus textos, sus movimientos, su vestir, bueno o malo, ahí vamos viendo. Nos vamos acercando a ellos. Y amando. Porque quisiéramos tenerlos de la mano.
Hacerles cariño. Sociológico. Psicológico. No fricción.
Todas las mentiras parecen estar de mi lado. «La Casa de Papel» me llama a la no cobardía (emoción universal). Me llama a la jerarquía. A no atemorizarme ante la autoridad. A los gigantes que nos atemorizaban cuando éramos chiquitos (los padres). Sobre todo la del padre. Símbolo ejecutivo.
Básicamente, superioridad/inferioridad. Mandones y mandados. Tirano y esclavo. Acusador y acusado. Perseguidor y perseguido. Culpador y culpable.
Intimidación.
Las paredes que creamos. Del mundo que conocemos no va a quedar nada en pie.
Hay una historieta, tipo Mafalda, no recuerdo cuál, en la que Fidel Castro le da lecciones a la multitud, se cambia de canal y está Mao haciendo lo mismo. El tipo apaga el televisor y réplica y hace lo mismo con su perro. Agresivamente.
Lo mismísimo se repite a través de las generaciones. Se abusa de la autoridad. Se perpetúa el carácter autoritario.
La vanidad, la gloria, el lucimiento y las apariencias.
Es obvio que estamos en una carrera de ratas.
El pasado y su lastre cargado de morbo y corrupción se impone.
El funcionario responsable sostiene su archivador. Mis amigos de verdad violentan su recuerdo, no se quedan en casa, visitan sepulturas. Con imágenes actuales, esqueléticas y despiadadas.
Q.E.P.D. Juan García Oliver
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