Woodstock: ahí es cuando mi amor se viene abajo
Las juventudes cacarearon bastante
Y no convencen ni por sólo un instante
Pidieron comprensión, amor y paz
Con frases hechas muchos años atrás
Deja la inercia de los setenta,
Abre los ojos, ponte de pie
Escucha el latido, sintoniza el sonido,
Agudiza tus sentidos
Date cuenta que estás vivo
Se cumplieron 50 años del legendario evento en las afueras de Nueva York. Supuesto símbolo del movimiento hippie y de protesta social. Digo “supuesto” ya que eso se fue generando después. Era un festival más. Muchos rechazaron la invitación o se bajaron, pensando que se iba a tratar de una copia del «Monterey Pop Festival», entre éstos, The Doors. Se esperaban alrededor de 6.000 personas. Llegaron 500.000. Claro, después los Doors se arrepentirían. Frank Zappa lo descartó aludiendo a que “habría mucho barro”. Jethro Tull porque no le “gustaban los hippies y cosas concernientes a ellos como los desnudos, el alcohol y las drogas”.
Es indudable que tanto algunos partícipes como también asistentes eran tan reales como la guerra contra la que protestaban. El rock siempre ha sido revolucionario «per se» a muchos niveles. Inventa y sigue reinventado a la juventud. Hay quienes nos quedamos pegados. Porque es la búsqueda de una identidad. Y esta búsqueda nunca debe terminar. El ejercicio de mirar hacia dentro debe ser realizado a diario. El insight psicológico —debe producirse siempre, no solo en el rock, el rock es un punto de partida, debido al mensaje, a las letras, que son acompañadas de melodías y movimientos vertiginosos—. La cosa es que entre 500.000, no podríamos decir que iban por la música o por la guerra. A buscar y encontrarse con la paz al mismo tiempo que reprobar y denunciar el uso de armas. Las muertes gratuitas. Las piernas amputadas. Los rostros desfigurados. Las familias destrozadas. Yo me inclinaría más por las palabras de Jethro Tull. Pero no podemos negar, desechar, que dentro de todo movimiento hay quienes son auténticos. Y meterlos a todos en la misma caja y cerrarla. La apertura del festival es uno de los momentos más logrados y reales. Honesto. A cargo de Richie Heavens.
Pero aquí, yo repararía. Estamos ante el festival que sin querer, dio el puntapié inicial a la cultura de las masas. Fue un evento social, igual que tantos festivales que vemos hoy. Es el precedente excelso. Sin ir más allá, la venta de entradas corresponde al mismo modelo que se utiliza hoy. Su valor era: un día US$7, dos días US$13.00 y los tres días tenían un valor de US$18.00. Algo que hoy en día, dicen, se traduciría como en unos US$120 o US$160. Una locura. La misma locura que hoy. Se repite el fenómeno, se mantiene el modelo. La consigna «Tres días de paz y música» ¿era una idea romántica o un negocio? Se supone que también era un evento político. Antisistémico. Hoy, idealizamos el gesto. Recurrimos al tópico «Todo tiempo pasado fue mejor». Y puede ser, eh. Todo gira, como la Tierra. ¿O es plana? En cualquier caso, el tiempo hará que hasta la Generación Z mire un poco hacía atrás, al día de hoy, y no entienda nada.
Uno de los tres productores de ese Woodstock, original, Michael Lang, quiso retomar la idea. Podría darle resultado y hacer algo de dinero, ¿no? Retomó con Woodstock 94, Woodstock 99, 2009 y ahora, que venía el aniversario, quería hacer el Woodstock 50. Pero no le salió. Se le bajaron muchos artistas —casi todos dejaban mucho que desear—, promotores retiraron su financiamiento, fue a la Corte a pedir ayuda y le dijeron que los promotores no podían cancelar el festival, pero que estaban en todo su derecho a retirar los US$18 millones que habían apostado. Lang consiguió nuevos promotores. También se bajaron. Se canceló todo.
Pensando que el primer Lollapalooza se realizó el 91 y no tenía nada que ver con el Festival de Selfies que es hoy en día, sino que se trataba de un evento contracultural, el Woodstock 94 se volvió a presentar como una excelente oportunidad para volver a congregar a las masas con bandas —para la época, algunos— del tamaño de Collective Soul, Candlebox, Blind Melon, Violent Femmes, Cypress Hill, Metallica, Aerosmith, o Red Hot Chili Peppers. Invocando, para no perder la esencia, a Joe Cocker, Crosby, Stills, & Nash, Santana y Bob Dylan. Palo al gato. Para Woodstock 99 ya se había perdido cualquier reminiscencia. Desvirtuamiento total. No perdamos tiempo hablando de las otras versiones. Tienen basura directa a la vena. ¿Son estos un recuerdo de algo o es un negocio? La respuesta es evidente. Nos cabe la pregunta, ¿fue el del 69 una esencia, una necesidad de protesta u otro simple negocio? No me cabe ninguna duda que, como lucran con la guerra, otros lucran con la paz. Respondiendo la pregunta del 69, yo no lo sé de cierto, pero es seguro que la marca Woodstock ya se desvanece. Festivales como Rock In Rio, desde el 85, siguen vigentes, porque se plantearon de cierta forma y siguen respondiendo a su estilo. Tienen su público. Hacer un Woodstock con Miley Cyrus es como hacer «Lo que el viento se llevó» con Will Smith. Todos mis respetos a Will. Te tengo en mi corazón, hermano.
Es interesante, y se repite el fenómeno, el seguimiento que se le hace a las masas desde la industria para poder cubrir sus necesidades. Y más interesante aún, el seguimiento que se hacen las masas entre ellas. Sus «looks», arquetípicos, sus modas musicales, intentando calzar dentro del modelo. De aferrarse a algo o alguien. Una «comunicación de masas». Una multiplicación donde se vulgarizan los contenidos. Y así es que se forma el estereotipo.
Entonces, también está la particularidad de los músicos que pisan el palito y se prestan para tamaño despropósito. ¿Hay preguntas, cuestionamientos, entre los asistentes? Lo que es peor, ¿se manda algún mensaje desde el escenario? ¿Estos artistas, a quienes siguen millones de personas, alzan la voz? ¿Hacen ellos las preguntas y dan pistas o respuestas? ¿Hay un discurso? ¿Una mirada? Este es uno de los objetivos base del arte. De los artistas. ¿O es la “pinta”? Vida y arte no se deben separar.
Así muere Hendrix. Joplin. En su ley. Necesitas respuestas, te desesperas. Te sumerges. Pero no sabes cuál es la pregunta. Pero sabes que tienes roto el corazón. Porque en ese tiempo podías escuchar a tus músicos —los de Janis, los de Jimi—, tus ídolos, sus letras, su mensaje, en un Long Play, pero no existía la era de la inmediatez que vivimos hoy, donde, desde cualquier parte del mundo podemos ver a Dennis Lyxzén en el escenario gritándonos su embestida dentro y fuera de las canciones en sí, a Kurt Cobain en una entrevista, contándonos sus problemas de estómago, los prejuicios, las ideas detrás de sus canciones. Algo es algo. En ese tiempo escuchabas “In The Midnight Hour” de Wilson Pickett, con droga en el cuerpo y, claro, te daban ganas de hacer un Elliott Smith.
Pasa además, muchas veces, que los genios están destinados a la muerte. Porque, así como no debemos separar vida de arte, la realidad te zampa la vida. Y Jimi era un genio.
Si Hendrix no hacía esa versión mugrienta y deforme del himno norteamericano, no sé dónde quedaba la famosa protesta.
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Zona tres datos:
1.- Que quede super claro, esos 500.000 no pagaron la entrada. Algunos compraron la pre-venta, seguro, pero miles y miles y miles de personas se colaron, incluso días antes que comenzara. Era una granja. Habían vacas. Ya cuando se les fue de las manos, decidieron dejar las puertas abiertas. Woodstock no era un acto de altruismo.
2.- No te explico el basural que dejaron los hippies cuando se fueron.
3.- A Jimi Hendrix le pagaron US$18.00.
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