Pateando Piedras, el musical: cicatrices invisibles.
Por: Matías Andújar |
PATEANDO PIEDRAS.
¿Cómo hacer para que una de las mejores actrices de Chile, se pierda? Fácil. Pon a los hermanitos Ibarra Roa a dirigirla.
Yo no me juntaría con esos gallos ni aunque Ghandi antes de morir me lo pidiera.
Se ganan hace rato ya, todos los FONDART apelando al pueblo, a lo social, con su oferta de los llamados “Coros Ciudadanos”, que se traduce en poner en escena a más de 100 personas, que no son actores, sino abogados, matronas, profesores, niños y niñas de 12 años, dentistas, secretarias, cocineros, etcétera, y, que sospecho, se deben prestar para esto, bajo la premisa “me encanta el teatro”, “siempre quise actuar”. Digo, «se prestan para esto» porque los hermanitos Ibarra se ganaron este fondo del Estado con el puntaje más alto. Les pasaron casi 60 millones de pesos para su realización. Y no les pasan ni para la micro a ninguna de estas 100 personas. Ni un Miti Miti, un termo común, una bolcita de té. Cero. Nada. Es vergonzoso. ¿Lavarse la boca con el pueblo? ¿Es broma? ¿Con Víctor Jara, como lo hicieron en su primer montaje de esta trilogía de músicos chilenos? Si Víctor Jara supiera, se levanta de su tumba y los agarra a coscachos.
Obviamente, después de unos 60 guatones, se ven sonrientes. Triunfantes. De saber que la hicieron. Que le están metiendo el dedo en la boca a la gente.
Tres actores y una menor de edad, componen el elenco de honor. Seis músicos, que no sé si son músicos. Me atrevería a decir que no, por la ejecución de algunos. No son músicos, como quien dice músicos. El caballero del clarinete no es músico. Músico es una persona que estudia música y se titula. En un costado del escenario, son capaces de colgarle un charango a este caballero y él solo lo sostiene. No lo toca. Ni hace el ademán de tocarlo. Pero te la tratan de pasar. ¿Qué? ¿Creen que somos todos giles?
En otro momento hacen un cambio, y los “músicos” les pasan sus instrumentos a algunos niños del Coro. Para tratar de armar algo atractivo. Para causar un efecto. El violinista, le cede su violín a una niña. Y la niña hace como que toca. Ya po. Mejor no hacer nada. No ponerla a hacer el ridículo. Creo que me puse rojo de vergüenza ajena. Esa pobre niña va a entender que así funciona el teatro.
Y no que el teatro es una herramienta. Un arma. Peligrosa. No es challa.
No es poner canciones de Jorge González, pasarlas enteras, y armarte el “espectáculo” con eso. El texto, la dramaturgia, debe constar de menos de diez páginas. Donde no matizan la figura del ídolo chileno. Lo muestran solo en dos facetas. El Jorge de izquierda y el furioso con este bodrio que llamamos democracia. Pero no matizan, sin entender que el ser humano es un organismo complejo. Donde no todo es blanco o negro. Por otro lado, muchos de estos textos están transcritos de entrevistas que se pueden ver en YouTube, lo que no es, digamos, un trabajo de investigación valioso. Estos textos aparecen pegados con moco, aparecen y desaparecen los actores, y volvemos a las canciones, incluso alargándolas como ese Miti Miti. Todo esto, tarea del “Coro Ciudadano”. Ojalá les den las gracias al menos. Cuidado que esto no lo escribo a la pasada, antojadizamente. Lo conversé y me detallaron el caso personal del montaje.
¿Por qué habría la gente que pertenece a este coro querer ser partícipe de algo así?
Vemos que muchos, sin ser actores, se llenan de morisquetas al estar en un escenario. Sentirse que son observados. Inevitablemente tratando de llamar la atención. Bueno, ahora están ahí. Sin duda, felices, como decíamos, de estar en las tablas. Ingenuos. Pero por su propia voluntad. La gracia es que aparecen con su propia ropa, traídos del real, y pretender que eso sea tomado como teatral. Pero no los es. Siento un poco de lástima. Sentir lástima es uno de los peores sentimientos. La dirección les dijo que se pararan con la actitud de Vin Diesel.
Desafiantes, como cuando Cristiano Ronaldo se dispone a patear un tiro libre. Desagradable. Hemos visto esto tantas veces en el Teatro. No solo debemos construir lo nuevo. Debemos dinamitar lo viejo.
Y Paula Zúñiga actuando siempre con rabia. Sin matizar. En dos momentos, como si fuese un comercial en la programación, la hacen llorar. Tocando, entonces, una sola tecla en una hora y media. Y pasando a llevar otra. Me carga que la gente actúe con rabia. Está bueno para una emoción, pero no comprendo cómo alguien que hizo uno de los viajes actorales más complejos en las tablas de Chile, y al que asistimos —Hilda Peña, obra maestra de la actuación—, pueda desaparecer. Desdibujarse. Hasta el vestuario que eligieron para el elenco, todos en riguroso y previsible negro, la hace ver deforme. Siendo una de las mujeres más lindas de la Nación. Qué me coman los ojos los pájaros negros. Si todo tiene nombre, ¿cómo se llama esto? ¿Qué diría mi abuela? ¿Qué diría Juan Emar? ¿Qué diría Barry White?
Zárate se quedó pegado. Actuando como si Dwayne “La Roca” Johnson estuviese saliendo de la piscina. Y yo me había quedado con una buena imagen de él, después de haber visto La Dictadura de lo Cool, que igual actuaba un poco como “La Roca”, pero el montaje era increíblemente atractivo y no era un actor que estuviera en la retina del público. Pero ya siempre con su sudadera, preocupado de verse bien en escena, está agotando.
Mención especial para Rodrigo Arévalo, actor de profesión, pero bailarín en potencia que se luce con un solo en tacos altos. ¿Quién puede bailar así en tacos? Solo uno de los de Madonna, seguro. Tiene que haber ensayo hasta romperse los pies —¡un parche curita, por favor!—. Es el mejor momento del montaje. Donde se puede ver talento. Llamen a ese cabro a bailar. Y páguenle.
Siendo generoso, con ayuda, otro momento, pero tibio, es cuando Simón Aravena, parte del elenco remunerado, canta Estar Solo. Pero a Estar Solo basta, bajar la luz y la pega ya está hecha. Es el manso tema. Pero algo pasa ahí. Aunque sea algo tibio. El resto, te lo regalo. La pega la hacen estos seres incógnitos. No siempre bien, pero dan un fruto. No hablemos nunca de un shock. ¿Qué sería de esto sin esa gente? Nada. Nada. Nada.
...Y UN DÍA NICO SE FUE.
Al día siguiente me acerqué al Mori Bellavista. Otro musical. De origen argentino, donde les compraron los derechos y lo extrapolaron a Chile, lo que incluye, por supuesto, la mudanza del lenguaje, la jerga, los garabatos. $18.000 cuesta la entrada los sábados. No crean que estoy rayado con el dinero. Pero no puede ser que si vas en pareja, te sale casi 40 lucas, y después quieres ir a comer o algo. Hay que salir con un saco de plata.
Y es que aquí hay un tema que es importante mencionar. Este montaje es una historia de amor entre dos hombres. La música la hizo Ale Sergi, de Miranda!
Todas, pero todas las obras con temática homosexual son furor. Llenan cualquier sala en Chile. Porque tienen un público que es muy fiel, a veces interesados en el Arte en sí, pero siempre dispuestos a salir y pasarlo bien. Pero a 18 mil se les pone difícil. A cualquiera. Por eso no habían más de 20 butacas ocupadas. Un musical con música de Miranda! debiese estar atestado. Hay que ser valiente, como establecimiento, para pegar ese palo.
Después de mi experiencia el día anterior, me reí tres veces. Algo es algo. Y no soy un amargado. Soy una persona muy agradecida de la vida. Open Mind. Buena onda. Risueño. A ratos lo pasé bien. Los músicos eran buenos. Tocaban. Y eso se agradece en un musical. No digamos que, simplificando, para esta ocasión, las tres porciones principales del Teatro Musical —actuación, baile y música— nos dejan atónitos, pero pasas un buen rato.
La entrada a la sala se retrasó porque había un problema técnico. Todo el elenco hace uso de un lavalier, estos micrófonos tipo Chayanne. Y se saturaba un montón cada vez que había música y canto al mismo tiempo. Quizás por ahí iba el problema técnico. De más está decir que uno de los aspectos valiosos y atractivos del Teatro, es que ninguna función es igual a otra. Y ésta fue la que me toco ver a mí.
Lo que sigo sin entender, es porqué alguien querría traer esta obra a Chile, si no es algo que, como país, nos sea urgente. ¿Nos faltan textos en Chile que tenemos que traer de Argentina? Tiene que haber un dramaturgo chileno preparado para contar una historia de amor, que al asistir nos haga sentir que estamos tocando el violín, que cause el dolor del desamor, del abandono, la ruptura. El beso que nunca se repitió. La herida que nunca sana. El ansia y la angustia, el desespere por estar con aquella persona. Que se nos mueva el piso. Que nos trate de reconstruir el corazón. Darnos pistas.
Cosa que con esta obra no pasa.
La obra, está dentro del formato de este nuevo espacio teatral donde te permiten entrar con un mojito. Quizás deberían convidar un Sour, para darle un empujón a la carcajada que buscan. Con esas coreografías escandalosas, con esos agudos gritos del estereotipo gay, los vestuarios tipo San Francisco, que no buscan otra cosa que querer reírse de su propia cultura.
Fue un fin de semana cargado al Teatro. El domingo vi Mistral, Gabriela (1945) y salvé el fim de semana (sic). Léase en portugués.
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Zona tres datos:
1.- Ya está agotada toda la temporada de Pateando Piedras. ¿Qué pasará con ese saldo?
2.- En la nueva Disquería Popular de Recoleta, el último patrimonio de Jorge González, una compilación llamada Antología, está a $9.990. Llegando a los 16, incluso 17 mil pesos en otras partes. Consta de un CD+DVD.
3.- Una vez vi a Narea en una sesión de fotos en el Paseo Santa Magdalena y le grite: "Grande, Jorge". Estaba furioso.
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