Joker: A Folie À Deux: Un musical desquiciado que rompe con las expectativas
- Por Esteban Beaumont
Tres cosas antes de comenzar.
No soy un gran fanático de Joker (2019). En su momento, me gustó bastante, pero al revisitarla, siento que la película no ha envejecido bien. Sigue siendo una buena película, pero se sostiene, en su mayoría, gracias a la sublime actuación de Phoenix. Es un homenaje, que utiliza el nombre del Joker y crea una nueva historia en torno a él, al cine primario de Martin Scorsese. Por lo demás, la mejor película de Todd Phillips es, y sigue siendo, para mí, ¿Qué Pasó Ayer? (2009).
Siempre, pero siempre, voy a respaldar una decisión alocada. Prefiero a los autores que se escapan de la zona de comodidad preestablecida y que buscan reinventar, revolucionar, o remecer algo, aunque no lo logren. La idea de convertir la secuela de Joker en un musical es una idea loca y hermosa.
Basta de pelear con las expectativas del cine que imaginamos. Este Joker no se nutre del mito de Batman (aunque podría alimentarlo). No permite una relación mayor al nombre, y está bien; si queremos fidelidad, tenemos otras películas o los mismos cómics. Encerrar a un personaje o una idea en un corral purista priva a la imaginación. Cuando dejemos de quejarnos por películas que no son como las construimos en nuestra cabeza, viviremos más felices.
Dicho esto, Joker: A Folie À Deux se estrenó con percepciones más negativas que positivas. En parte, porque es algo que nadie esperaba. Nadie estaba preparado para eso, nadie pensaba que la secuela de una de las películas más aplaudidas y queridas del último tiempo se convertiría en un anagrama de géneros cinematográficos. Desconcertante.
Bajando la escala del carácter social y revolucionario del personaje y subiendo la apuesta al adentrarse en la psique de Arthur Fleck, la secuela de Joker se comporta como una anti-secuela, distanciándose escandalosamente de su predecesora tanto en forma como en fondo. Dos años después, Joker se prepara para ser enjuiciado por las cinco muertes que provocó, una de ellas en televisión abierta, mientras lucha entre la dualidad de un Arthur derrotado física y mentalmente y un Joker reprimido.
Las canciones y el carácter musical funcionan para mostrar esa dualidad, esa imaginación funesta y loca del protagonista. Las canciones son de lo mejor de la película, y sirven como una vía de escape para un cerebro completamente desquiciado. El uso de colores y la cinematografía en los números musicales coloridos contrasta con la gris normalidad de Arthur Fleck. Todo se construye en torno a la miseria anímica del protagonista y su imaginación asesina, impulsada en forma de canción por el personaje de Lady Gaga, quien hace un grandioso papel, a pesar de tener poca independencia como personaje (nadie, salvo el Joker, la tiene).
En esa lucha interna, moral y social que enfrenta el protagonista —elegir entre ser un faro para los marginados y revolucionarios como el Joker, o ser una víctima acabada de una sociedad maligna y despreocupada como Arthur Fleck— la película da un salto al vacío tratando de ser muchas cosas:
Es una secuela, es un musical, es una película altamente romántica, es una película fuertemente dramática, es una historia judicial, es solemne, es disparatada, es una oda a la violencia contra el sistema (como se acusaba a la primera), es una consigna contra la violencia como método de acción política, es cómoda, es desagradable, es sobre la salud mental, es la construcción del Joker, es la destrucción del Joker. Al querer serlo todo, termina siendo nada.
Joker 2 tiene sus evidentes fallos, al igual que sus aplaudibles virtudes. Es una película extraña, un suicidio autoral por parte de Phoenix. Una película que cosechará millones en taquilla y que recibirá el disgusto de muchos y el aplauso cerrado de otros. ¿Yo? Al igual que la película, miles de ideas dan vueltas por mi cabeza; será cuestión de tiempo definir si me quedo con Arthur o con el Joker.
Qué hermoso homenaje a The Band Wagon.
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