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El Diablo en los detalles: Longlegs y la reinvención del terror policial

El horror, la aversión, la creación del mal encarnado, el terror elevado. Llegó a los cines chilenos la comentada película Longlegs, y lo hizo con el tan repetitivo y cansino mote de “la mejor película de terror del año”. Un titular que ya ha sido usado para Alien: Romulus, The Beast, La Mesita de Noche, Exhuma, In a Violent Nature. Parece que Y2K es buenísima, viene Smile 2 y, si de secuelas hablamos, hay que tener en cuenta la de Beetlejuice. El género se repite en películas innovadoras, vanguardistas y canónicas que quedan en el irrecuperable olvido. Entonces, ¿qué es Longlegs?

Dirigida por Oz Perkins (La enviada del mal, Gretel y Hansel) y protagonizada por la excelente Maika Monroe y un pletórico Nicolas Cage, Longlegs es la historia de una pareja de detectives del FBI en la búsqueda de un misterioso asesino en serie. Un thriller que abraza el juego del gato y el ratón y lo condena a un esotérico terror visual y sensorial. Una carrera contra el tiempo, porque el tiempo es sinónimo de muertes.

Como si de un discípulo de David Fincher o Jonathan Demme se tratase, Perkins busca construir un relato policial con la atmósfera de una historia de terror. La gran ganancia de Seven y El silencio de los inocentes (y en menor medida Zodiac) era la capacidad de construir memorables villanos, hombres trastornados pero sumamente interesantes, que con pocos minutos en la pantalla se colaban en el cerebro, provocando un escalofrío de terror indescifrable.

Perkins logra, sin duda, ese terror, pero lo hace mediante una elegante y frenética puesta en escena. Nunca he sido fanático de la intercalación de imágenes repentinas y desagradables, pero Perkins y Andrés Arochi (director de cinematografía) apuestan por una construcción visual basada en la incomodidad, en el desenfoque y en el constante cambio del digital a 35 mm, lo que le da una textura desafiante. Por otro lado, también hay constantes cambios en el tamaño de la imagen, acompañados por un redondeo en sus viñetas.

Y es ese terror satánico el que le da un carácter fresco a la trillada intriga policial, como si John Doe hubiera hecho un pacto de sangre con el mismísimo Lucifer. Ahí aparece la figura de Nicolas Cage, que está magnánimo. Criticado y aplaudido, la figura de Cage es aquella que no logra demostrar si es un excelente actor que nos toma el pelo o si es un pésimo actor con mucha suerte. Yo siempre me decantaré por la primera opción, sobre todo considerando su histrionismo que, en esta película, es excesivo. Su construcción del asesino es radical, obscena y excesiva. Se convierte en lo mejor de la película, en lo que más queremos ver, aunque todos nuestros sentidos nos pidan detenernos.

Como una picazón incómoda, Longlegs triunfa donde tiene que hacerlo. Perkins se gradúa como uno de los mejores directores de terror de la actualidad, Monroe como una musa del terror necesaria, y Cage nada a destajo en su acuario favorito. La incomodidad de saber que algo anda mal y que ni los protagonistas ni los espectadores pueden hacer nada; estamos a merced de Nicolas Cage.

Cuando se quiere construir un relato de investigación tipo Zodiac o Prisioneros, la película decae un poco. Es esa situación en la que Longlegs no quiere posicionarse ni como un thriller ni como una película de terror, y al querer hacer ambas, se descuida el carácter policial de la misma.

Una fiesta incómoda y maravillosa, con una atmósfera asfixiante, que más allá de provocar sobresaltos, incomoda y asusta con su sola presencia (o presunta presencia).

¿Es la mejor película de terror del año? No lo sé; ha sido un gran año para el cine de terror, y Longlegs es solo un reflejo de aquello. Una historia maravillosa y terrible, la tensión palpada en la pantalla, que se disfruta (o sufre) en la gran pantalla. Uno de los imperdibles de esta temporada.

Larga vida a Satán.

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