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Maltrato en el pololeo: "Me hizo engordar para que nunca nadie me viera"

  • Por Reina Pereira

Cada año, se suma una nueva víctima del femicidio y del maltrato a mujeres en una relación, sea de pololeo o más formal.

No hay registros oficiales que tipifiquen cuántos casos de este tipo hay en nuestro país. Sin embargo existen relatos de mujeres que han vivido esta situación en primera persona. Tal es el caso de una joven de 20 años que nos contó su historia, para cuidar su identidad, la llamaremos Juliana, quien sostuvo una relación de más de 1 año, donde a los dos meses comenzaron los maltratos físicos y psicológicos.

Mi experiencia: “Me enganché de él”

En mi primer año de la universidad conocí a un chico, fue en un concierto al que fui con mis amigas. Puedo decir que me fleché porque, a pesar de no conocer nada de él, me encantó en primera instancia, así que comencé a relacionarme mucho más y me convertí en su polola.

Esas primeras semanas fueron únicas. No es habitual que en esta época existan hombres tan románticos. Me enviaba cartas de amor, mensajes, dedicatorias, estaba muy pendiente de mí y ¿a qué mujer no le gusta eso? De verdad, era un príncipe de cuentos.

La comida: Mi primera señal de maltrato

Él trabajaba en una pizzería y comenzó a llevarme pizza a casa. Al comienzo era durante la tarde y yo pensaba ‘que lindo, me trae almuerzo’ pero fue algo que se convirtió en costumbre hasta que comenzó a generarnos problemas.

Ya darme comida no era tan tierno porque llegaba a las 3 ó 4 de la mañana a mi casa y me obligaba a bajar para recibirla y no se iba hasta que me la comía completa y a veces el panorama se ponía muy violento.
Me tomaba la cara muy fuerte y me decía a los ojos ‘yo quiero que tú engordes, no quiero que nadie te mire’. En otras oportunidades, simplemente me daba una cachetada. Yo pensaba que esto se trataba de un juego y que él se estaba preocupando por mí, pero no era así. Él realmente me estaba cambiado completamente, subí muchísimo de peso.

Celos incontrolables

‘Dónde estás, con quién estás, te busco a la universidad’, era parte de mi día a día. Comencé a alejarme de mis amigos y de mi propia familia para estar con él. Su nivel de consumo era tal que abandoné un ramo entero de la universidad porque él me decía que ya no tenía tiempo para nuestra relación. ‘Tú puedes cambiar tu horario, puede ver ese ramo en otros semestres’, me decía y yo acepté… perdí el ramo de la universidad por él y en ese momento, no me parecía grave.

Los celos nunca disminuyeron, de hecho todo lo contrario. Cada vez eran peor. Un día él vio una conversación con otro chico y me dijo que yo no había impedido que él me coqueteara. Ese día me tomó por el cuello y mientras intentaba asfixiarme, me miró a los ojos y me dijo ‘tú eres mía, lo sabes, tú no puedes estar con alguien más’ y yo lo acepté. A pesar de esto me asustó mucho, no me alejé de él.

Violencia normalizada: “El que te quiere te aporrea”

Los golpes, cachetadas y a veces hasta patadas eran normales en nuestra relación. Y siempre fueron escalando. Él tenía un fetiche con el tema de los golpes, entonces lo llevó a eso en primera instancia... era como normal y yo decía ‘ahh ya es normal, un golpecito en la cara’ pero después me dí cuenta que lo hacía muy seguido y cada vez peor.

Un día estábamos discutiendo en la calle y él estaba muy enojado, recuerdo que en ese momento me pegó una patada en la pierna tan duro que se me hizo un morado grande. No sabía cómo ocultarlo a mi familia. De hecho, cuando tenía marcas, le decía a mi madre que había golpeado una puerta o que me había caído. Todo con tal de que no se dieran cuenta.

“La infidelidad de él me hizo abrir los ojos”

En nuestra relación ocurrieron muchas cosas, pero la gota que llenó el vaso fue porque comenzó a notarse su infidelidad. Una noche, como a las 11 me llamó y me dijo que estaba en el aeropuerto ‘vengo a ver a una amiga que conocí por internet’. Yo sabía quién era y sabía perfectamente que no era su amiga. Al día siguiente llegó a mi casa muy temprano para pedirme perdón. No estaba tan convencida pero aún así, volvimos.

Pasaron semanas y las cosas no mejoraron. Golpes, violencia y los maltratos seguían presente en nuestra relación hasta que me vi al espejo y me di cuenta de que nada de lo que estaba pasando era normal. Esa que miraba no era yo, era otra persona. Las lágrimas salían de mis ojos al darme cuenta de los errores que había cometido.

Hablé con mi hermana y ella me dijo que tenía que salir de esto. Yo estaba decidida y me refugié en mi familia y amigos. Con el tiempo y con esfuerzo, logré superar muchas cosas que hoy no normalizo. No es sencillo pero tampoco imposible y le doy gracias a Dios de que esta pesadilla solo duró un año.