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¿Por qué no se puede comer carne en Semana Santa según la tradición cristiana?

  • Por Meganoticias

Una de las tradiciones más arraigadas entre los católicos y cristianos en Semana Santa es la de no comer carne, más específicamente carnes rojas. ¿Pero de dónde proviene esa creencia y por qué?

La creencia explica que el cambio de dieta desde el Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección se debe a un estado de luto por la muerte y resurrección de Jesús, por lo que se debe hacer ayuno de carnes rojas; aunque algunos más extremos solo beben agua y pan.

Sin embargo, y de acuerdo a los establecido por las instancias religiosas, no se consume carne ni embutidos todos los viernes, desde el Miércoles de Ceniza hasta el Viernes Santo, y para el final de la Semana Mayor deben guardar un ayuno total y así honrar la muerte de Jesús.

De hecho, es por esta razón que el consumo de pescado aumenta durante esta época, pues los creyentes se adhieren a la tradición para evitar caer en "pecado".

Ayuno Pascual

Con respecto a esta costumbre, el texto del Concilio de Vaticano II señala: "Ha de tenerse como sagrado el ayuno pascual; ha de celebrarse en todas partes el Viernes de la Pasión y Muerte del Señor y aun extenderse, según las circunstancias, al Sábado Santo, para que de este modo se llegue al gozo el Domingo de Resurrección, con elevación y apertura de espíritu".

Otra explicación sostiene que la abstinencia de comer carne se relaciona a la austeridad de aquella época. 

AFP

 

También estaría asociada con banquetes de festejos, todo lo contrario a lo que se conmemora en la Semana Santa.

"El ayuno nos despierta"

El papa Francisco se refirió al ayuno en 2018 y aseguró que es una parte importante para el "espíritu" de los fieles y creyentes.

"El ayuno debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios", dijo.

Y concluyó: "El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo. Inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre".

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