La historia del multimillonario que lo perdió todo y ahora vive en una isla desierta
En la soledad de una isla paradisiaca, David Glasheen decidió exorcizar sus demonios. Era 1997 y un martes negro lo dejó en la quiebra: Perdió su fortuna de 27 millones de dólares labrada como corredor de bolsa en Sidney.
“Tenía tres camisas, dos pares de pantalones cortos y nadadores, una antorcha decente, un par de libros, un frasco de ají en polvo, mi cepillo de dientes y un poco de pasta para lavarlos”, contó a MailOnline Travel.
La isla Restauración, ubicada en la costa norte de Australia, es su hogar desde hace más de 20 años. No llegó solo, llegó acompañado de su pareja de entonces, Denise.
Con ella reinició su vida sentimental después que su primera esposa lo abandonó cuando perdió todo su dinero y todas sus propiedades.
Denise también se marchó. Dio a luz y se mudó para resguardar a su bebé de los peligros que podrían acecharlo en territorio inhóspito. Ahora las únicas acompañantes femeninas de David, de 76 años, son dos maniquíes: Miranda y Phyllis.
"Es como vivir en Jurassic Park”
Su más fiel compañero es su perro Zeddi, que junto a sus libros le hacen pasar los días sin el “peso de la vida moderna”. Aunque tiene conexión a Internet gracias a paneles solares.
Para alimentarse aprovecha las bondades de la naturaleza: recoge agua de lluvia, pesca y come los frutos de los árboles que lo rodean. Como en una excursión, enciende el fuego con piedras y tiene un cuchillo de monte.
“Es como vivir en Jurassic Park”, comenta sobre sus aventuras de cazador.
Lo que no obtiene de la isla, lo consigue en sus viajes en bote al poblado más cercano. Allí compra enlatados y artículos de higiene personal.
Para divertirse construyó un bar, que según el reporte del diario inglés está surtido de vinos y licores.
Millionaire Castaway David Glasheen reveals his top tips for living in isolation pic.twitter.com/XMGBgqEhi3
— Vera Mart (@veraamartini) April 23, 2020
Naufragio global
La pandemia del coronavirus hace que el mundo vea en David Glasheen un ejemplo de cómo adaptarse a la soledad que obliga el confinamiento. “Todos los días es un buen día aquí, pero me siento muy triste y decepcionado por la situación global actual”, confesó.
Cree que “en este momento, el mundo está muy expuesto y es una prueba de cuán efectivos son realmente nuestros líderes”.
En sus 23 años como ermitaño tiene claro algo: el contacto humano es un bien valioso de atesorar. Por ello, no entrega su ilusión de conocer una “buena dama” que lo acompañe en su paraíso, donde la vida es “pacífica, segura y satisfactoria”.
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