«Un Juego de Caballeros». La vida a la intemperie
- Por Matías Andújar
El fútbol partió cuando se jugaba con una cabeza humana como pelota.
Hablemos de fútbol un rato. A quien no le atraiga, quizás estos datos le sean sabrosos. Y a quien le guste la pelota, me cuenta —por fax.
Netflix acaba de lanzar «Un Juego de Caballeros» (The England Game), una serie que retrata lo que presupone muestra los orígenes del fútbol tal como lo conocemos hoy. Parte en 1879.
Nos muestra eso por un lado, pero claro, mezclado con intrigas amorosas, el burgués contra la clase obrera, y todas esas chancherías clásicas.
Una lata.
Cambiémonos a lo que no se suele historiar. Te voy a contar un cuento.
Más allá que los egipcios hayan construído balones de juego 3200 años a. C. o que los gatos encuentren irresistible un ovillo de lana. Hay una sensación que todo lo que rueda hay que alcanzarlo. Y hay disfrute y satisfacción cuando se logra.
Es cierto que el fútbol nació en Inglaterra. En la ciudad de Derby, específicamente. Hay registros que hacia 1217 el juego ya llevaba este nombre.
Se trataba, sin importar cómo, de llevar la pelota de una aldea a otra. La aldea que entraba en la otra, ganaba. Podían disponer de cuanta gente quisieran. No existían reglas. Armas, golpes o la muerte se podían aplicar. Los encuentros llegaban a durar días.
Amenazador, impetuoso y bestial.
No ha cambiado mucho.
Y si faltó el balón en algún momento, se le cortaba la cabeza al prisionero que estaba a mano. Santo remedio.
Los decapitados no podrán ya podrían volver a la vida, según nos relatan las leyendas literarias, que una vez vuelta la cabeza entre los hombros, éste podía resucitar. Ni ser, tampoco, un Santo Cefalóforo.
Poco deporte y mucha batalla. El fútbol primigenio. Intentaron prohibirlo con las penas del infierno. Reyes (Enrique III y IV), obispos, caballeros feudales, jefes de aldeas, nada. Nadie les dio, literalmente, “bola”. El bichito de la pelota ya estaba en la sangre. Nada de intimidaciones.
Porque en aquellos años le pedían al Todo Poderoso para que este encanto, este entusiasmo, terminara. Un milagro, por favor.
Pero el Altísimo no se manifestó ni envió ninguna señal a la feligresía. Sniff. 😥
En las iglesias, ese tribunal celestial, las plegarias se escuchaban:
“El fútbol, Señor, no es un juego. El fútbol, Señor, es un invento del demonio y una práctica sangrienta”.
Hasta Shakespeare (1564 - 1616) se manifiesta negativamente respecto al juego en «El Rey Lear». El duque de Kent interpela a un súbdito:
— Tú, despreciable jugador de fútbol.
Por mientras, en la América precolombina, los aborígenes ya manejaban el caucho. Así que las pelotas podían rebotar.
Los españoles no la podían creer.
Los relatos nos han dejado información sobre que, por ejemplo, Hernán Cortés, cuando llegó a Tenochtitlán en 1519, pudo presenciar varios encuentros deportivos. Iban multitudes. Apostaban hasta lo más preciado.
Como es de esperar, todo terminaba en descomunales grescas. Es la naturaleza humana. En cualquier sentido del reloj. En cualquier parte del globo, llamado Tierra.
De hecho, en México, como se mezclaba con religiosidad la cosa, algunos dicen que los perdedores eran sacrificados, una vez más, cortándoles la cabeza. Otros investigadores aseguran todo lo contrario. Los triunfadores ofrecían su cabeza.
Suena mejor esta última teoría. ¿Para qué iban a enviar, ofrecer, los aztecas, a las divinidades, un conglomerado de malos para el fútbol? Mejor despacharles un poco de destreza y gracia.
Los araucanos practicaban algo bastante similar a lo que es el fútbol actual. Si bien, no conocían el caucho, prensaban paja y algas en vejigas de animales.
La chueca, o palín, se practica hasta el día de hoy. Y ellos inventaron lo que hoy se conoce como hacer una cachaña. Kachaña: quite, evasión, arrancar.
De vuelta a nuestro país materia, Inglaterra, durante Victoria I (1819 - 1901) todo se estaba civilizando. El entusiasmo se expandió al punto de llegar a los establecimientos educacionales. Las arcadas les servían de “arcos”. Se acordó utilizar sólo el pie. Hasta que un enérgico joven agarró la pelota entre sus manos, la llevó al pecho y corrió hasta el arco rival.
Nacía el rugby.
En 1863, tomando una garza en un pub de Londres, 12 clubes británicos acordaron que las reglamentaciones de Cambridge eran las más apropiadas. Hicieron ¡salud!
En 1872 un grupo de ex-alumnos de Cambridge y Oxford crearon en Francia el primer club de fútbol con sede en El Havre.
Los estatutos ingleses se admitían en distintas partes del orbe. Se creó la Federación Internacional de Fútbol Asociado.
Llegamos a 1879. 2020. Netflix. «Un Juego de Caballeros».
Y, omitiendo muchas historias y crónicas, colorín colorado este cuento aún no se ha acabado.
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