Rocketman: No soy de los que se pueden esconder
- Por Matías Andújar
Por: Matías Andújar |
Justo ayer, cuando llegaba a casa después del cine, me llegó al correo un review de Rocketman, por parte de una revista online. Básicamente, la hacían pedazos. Sentí como si estuviese hablando con alguien y de pronto, en el acto, se desvanece y muere ante mí. Tipo aneurisma fulminante.
No es que haya salido otro, modificado, como en otra dimensión del cine y llegado consternado a casa, como si fuese La profesora de piano (a todo esto, ahí, en la publicidad antes de la película en sí, me enteré que va a llegar una nueva de Isabel Huppert —Greta (2018)— y que Juliette Lewis no se volvió completamente loca y está actuando —Ma (2019)—.
Me parece que el trabajo de actores, de editores, la fotografía, los vestuaristas, el entrenamiento vocal, el equipo, el maquillaje, los bailarines, no es como para que llegue cualquiera y la tire por la borda, tildándola de pochoclera y “para una tarde de domingo”, con algunas justificaciones antojadizas. A no ser que realmente sea un bodrio. Pero no es el caso. Oye, fue estrenada en Cannes y recibió buenas críticas por parte de los especialistas, particularmente, por supuesto, a Taron Egerton que está increíble.
Hace tiempo que no iba al cine, así que la sensación fue secretamente nueva. Serían los efectos de la pantalla gigante.
A propósito del cine y del “pochoclo”, este espacio, sagrado, se ha convertido en un lugar para ir a comer cabritas, cuchuflies, papitas, y sorbetear hasta la última gota de la bebida, cruzar las piernas estiradas y hacer ruido como si estuviesen en el living de su casa. Me tuve que cambiar dos veces de asiento. Y eso que fui a ver una biopic de un músico gay que en nuestro Chile no ha tenido nunca una repercusión importante. Función de las 22.15 para salir a las 00.30. No era un horario tan cortés para ser un día de semana. Quiero decir que había poca gente en la sala. No quiero imaginar en lo que se puede traducir ese espacio cuando se trata de una taquilla.
No hay ninguna consciencia del espacio compartido.
Bueno, la aprensión que tengo con estas biopics, es la misma que tendría cualquier materia orgánica atrapada en el cuerpo de un ser humano: es imposible entrar en el espacio íntimo-real del individuo a retratar. Pero ni aunque nos cuente el propio Elton John su historia, podríamos reclamar total credibilidad (y él la produce). El cine, desde El viaje a la luna o El gabinete del señor Caligari, siempre se ha mostrado, ha intentado desarrollar un lenguaje de artificios. Y en este sentido, Rocketman, tiene paisajes muy bien logrados. Hay escenas notables, coreografías de baile bajo el agua de una piscina, otras al más puro estilo Broadway, momentos actorales que ya quisiesen lograr muchos actores. El cuidado con el vestuario es aplicadísimo, de lujo, del trabajo vocal, ni hablar. Las canciones las performan los propios actores. Hay una sola canción —la final— en que aparece la voz de Elton Hércules John junto con la de Egerton. No así en Bohemian Rhapsody, donde Dexter Fletcher, director de Rocketman, hizo de productor ejecutivo y vio a Rami Malek, apenas, hacer unas pocas voces, siendo otro el vocalista encargado y hasta, incluyendo líneas originales de la propia banda.
Es una película musical, que utiliza inteligentemente la estructura de este género. Es la manera en que se cuenta la historia, a través de las canciones, de forma tal que nunca nos da la sensación que están pegadas ni puestas porque hay que ponerlas. Sino que la música se introduce como parte del lenguaje, dramatúrgicamente, y guarda coherencia.
Fantaseé varias veces que Rocketman fue un musical de Broadway, con las restricciones que el teatro presenta —entendamos que en el teatro no se puede hacer una decapitación y que la cabeza quede colgando—, y que ahora la llevaron al cine y se vio favorecida con las posibilidades que brinda el séptimo arte —entendamos que en el cine se pueden meter bajo el agua y grabar una coreografía. Pero, claro, también entiendo que existe el cine de Gus Van Sant y el teatro de Heiner Goebbels. El propósito del Arte debiese ser siempre el derrumbe de modelos anteriores. Y no la repetición de ellos.
Me hace sentido que sea una película y no una obra de Teatro Musical. Que podamos ver su mansión, cómo cae por una ostentosa escalera, los autos, la época, los múltiples cambios de vestuario, cómo pasa del backstage al escenario, su sudor, su mirada en el espejo.
Me gusta pensar que la sexualidad del seis veces consecutivas posicionado N°1 en US con sus discos no fue el pretexto de partida de esta película. Que la música, la sensibilidad, su biografía, su historia, sus adicciones y aventuras son lo que sostienen el relato. Que los cerros de cocaína o la escena de sexo homosexual no están ahí por un efectismo, sino para ayudar a perfilar la historia. Si tuviese que concluir de qué se trata la película, la respuesta sería: la falta de afecto e intentar explicar porqué él se lo hacía tan difícil consigo mismo. La autodestrucción. Pero sin intentar causar lástima en el espectador. Sin intentar reproducir esa típica historia del tipo talentoso, pero atormentado. Nunca sentí compasión, lástima, ni tampoco apego con el retratado. Sí se me apretaba la garganta, cada tanto. Por culpa de esas canciones lentas, con fuerza y sutiles, con una especie de elegante decadencia algunas, y esas letras tristes pero esperanzadoras. Debo reconocer que con mi canción favorita se me deslizó una lágrima guagüita. En todo caso, no soy referente de nada. Yo me puedo poner a llorar con un comercial de pasta de diente. Dependiendo cómo me pille. Cuando llore viendo 11 tipos correr detrás de una pelota, de equipos de los que no soy hincha, me voy a preocupar.
Es que, todo el mundo está buscando algo o alguien. Y Rocketman se encarga de dejarnos eso bien claro.
La estética de la película, el imaginario que nos presenta, es el imaginario de John, esta fantasía musical, llena de baile, de color, de brillantina, es el personaje que él mismo quiso crear de sí. Desde niño, en colores opacos, se muestra que dirigía una orquesta en su cama. Lo que hizo fue ser él la orquesta. En múltiples colores.
Elton John no es algo que yo consuma. Pero si estuviese escuchando radio y empieza a sonar AC/DC, la cambio, por supuesto, y si en el siguiente dial, están sonando los Smiths, la cambio rápido, obvio, y si a la tercera suena Elton, dejo a Elton. Me liga a muy buenos recuerdos. Esa hermosa escena de Almost Famous. El cover de Pedro Aznar.
Se los adjunto.
Nuestro extravagante Elton es retratado en todas sus facetas. Y eso es algo bueno. Porque nos habla de presentar la tridimensionalidad del personaje. Nos muestran el excéntrico, el desbordado, el débil, el irritable, el afectuoso y simpático, un ser humano complejo y único. El director se toma su tiempo, no corre para estar en todas partes. Ni lo sentí ambicioso tampoco. De hecho, me faltaron canciones, o quizás me faltó que las tocaran completas —me sobraron otras—, pero no me dejaron botado las 2 h 15 min.
Es particular el delicado cuidado que se tuvo con el sonido. O sea, es un musical pero ya sabemos que hay musicales que no pasan la prueba. Sin nombres por hoy. El piano, de este prodigio, cobra, como era de esperarse un papel protagónico. Suena alucinante. Quizás estamos muy acostumbrados al sonido del teclado, del sintetizador, pero está exquisitamente afinado, lo sentimos encima de nosotros, tan cerca. Recordemos que Elton John y su piano tienen una relación especial. Su valor se estima en un millón de dólares y su traslado se realiza en un avión aparte. Más allá de lo material, deducimos la amistad y el cariño que se tienen.
Cuando salí del cine, escuché un comentario sobre que la película era muy “gringa”. Silenciosamente, no estuve de acuerdo.
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Zona tres datos:
1.- Después de tocar en Chile, el 2017, voló de regreso a casa con una infección bacterial que contrajo acá. Estuvo hospitalizado, grave, y tuvo que cancelar sus próximas presentaciones.
2.- Cuando Eminem quiso dejar las drogas, recurrió a Elton John.
3.- Aparece en la película de las Spice Girls, como él mismo.
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