La Sustancia: Crudeza y belleza en el body horror moderno

Desagradable, de mal gusto, una locura, fascinante, bizarra, absurda, crítica. Tantos adjetivos y todos se quedan cortos. La Sustancia es el último fenómeno cinematográfico, alborotando salas, generando náuseas y rondando en la cabeza de aquellos espectadores que se atrevieron a verla. Ganadora del Mejor Guion en Cannes, la película de Coraline Fargeat pisa fuerte y se instala como una de las mayores novedades del año. Pero, ¿cómo se cimenta el triunfo comercial de una película de body horror? ¿Hay algo más que mal gusto e imágenes repugnantes?

El body horror tiene tantos nacimientos como el cine mismo. Freaks de 1932 sorprendió a la audiencia al reflejar en pantalla a aquellos fenómenos de circo excluidos por la moralidad estadounidense de la época. En pleno auge de la carrera armamentista y como resultado de los desastres de Chernóbil y Fukushima, las mutaciones volvieron a cobrar protagonismo en el cine de terror (ahí brilló Cronenberg). Nacido de forma masiva en los Estados Unidos, convulsionados por el atentado a las Torres Gemelas, el torture porn llegó como respuesta a una sociedad en pleno debate moral sobre la tortura. Lo gráfico volvió a estar de moda gracias a Saw, Hostal, e incluso La Pasión de Cristo. Mientras unos encontraban el terror en la oscuridad y los gritos, otros lo hacían en la sangre y la incomodidad visual.

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Chorros de sangre, a montones, en una cantidad asfixiante. Dirigida por Coraline Fargeat (Revenge), una directora francesa que toma la violencia y la transforma en una crítica sexual mordaz, La Sustancia nos presenta a Elisabeth, interpretada por una magnífica Demi Moore. Ella es una instructora de baile, actriz y rostro televisivo que es retirada de pantalla debido a su edad. En medio de una crisis de los 50, Elisabeth accede a un tratamiento que le permite crear un duplicado suyo. Así aparece una versión más joven de ella misma (Margaret Qualley).

La película es maravillosa: una genialidad original, divertida y sangrienta. Todo el primer bloque intercala definidos y grotescos planos detalle con la sensualidad y sexualidad de los cuerpos femeninos. Como una incomodidad siempre presente, pasamos del tonificado y hegemónico cuerpo de Qualley a una horrible escena donde la boca de Dennis Quaid devora camarones. Pero, en cierto momento, la película gira violentamente hacia un body horror descarnado, grotesco y repulsivo. El contraste entre la belleza normativa y la monstruosa deformidad solo sirve para ensalzar el mensaje.

Y es que La Sustancia tiene una crítica directa a la mercantilización femenina, mostrando cómo la industria cosmética y cinematográfica empuja cánones inalcanzables. El envejecimiento y la lucha desmedida contra el reloj natural se abordan desde la violencia y lo horrible. Es una película valiente, que arriesga constantemente y exige una entrega desmedida de sus actrices. Aunque es probable que no sea del agrado de la Academia, lo de Demi Moore fácilmente podría ser reconocido con una nominación al Óscar.

Sangre por sangre, gore por gore, cuerpo por cuerpo, belleza por belleza. El debate en torno al uso de la sangre y lo grotesco está completamente planteado: ¿cuándo se justifica la violencia y cuándo es solo morbo? Recordamos la violentísima escena de los latigazos a Jesús en La Pasión de Cristo o los excesos sin justificación de Una película serbia. Dilucidar si la historia requiere lo desagradable o si el director está enfermo es una tarea sumamente compleja. Fargeat no solo se mantiene en el lado correcto, sino que lo hace con una dosis de terror hilarante que hace imposible no sentir asco y reír durante las dos horas y media de película.

En última instancia, que una película como La Sustancia sea tan popular en taquilla y entre la crítica no es más que un triunfo del body horror comercial. Este tipo de géneros de explotación, generalmente alejados de los grandes circuitos y aplausos masivos, hoy encuentran en esta película una posibilidad de reivindicación.

Como si fuera una mezcla de El retrato de Dorian Gray (la búsqueda de la ambición tiene mucho que ver aquí), Brazil de Terry Gilliam y lo más sórdido de David Cronenberg (o su hijo Brandon), La Sustancia es una película a la que no se puede ser ajeno. Cruda, bizarra, hilarante, vomitiva y divertida. Tantos adjetivos, y todos se quedan cortos.

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