El legado del anime en Latinoamérica: La épica de The First Slam Dunk
- Por Esteban Beaumont
Latinoamérica tiene una relación estrecha con el anime. Lo profundo y perdurable que ha calado en la sociedad es digno de estudio. Ahí aparecen producciones como Dragon Ball, que en 2018 vio cómo plazas y centros públicos se llenaban de fanáticos ansiosos por ver el desenlace del Torneo del Poder, como si de la final del mundial se tratara. Un fanatismo apoteósico. En Chile, el capítulo donde Goku se transforma en Super Saiyajin significó un récord de sintonía impensado para una serie japonesa.
Entre el olímpico legado que forjó la adolescencia de millones de personas, aparece Takehiko Inoue y su Slam Dunk, aquella historia que trataba de baloncesto, pero también de crecimiento, amor y madurez. El manga se convirtió en series y en películas directas a la televisión, y años después, el mangaka decidió dar su salto a la gran pantalla y producir la tan esperada película de Slam Dunk. Si por azares del destino se perdió la oportunidad de vivir el mejor partido de baloncesto de la historia del cine, The First Slam Dunk llegó a Netflix.
Dirigida por su mismo creador, atendida por su propio dueño, Takehiko Inoue nos cuenta un partido en dos horas, combinando momentos de este con flashbacks que enfatizan el carácter dramático de los protagonistas. Primero, entendemos que es un partido importante: la final nacional. Segundo, cambiamos el foco de la serie.
El anime siempre tuvo a Hanamichi como protagonista, un matón de poca monta que comienza a jugar baloncesto para impresionar a la chica que le gusta. Hanamichi no tiene idea del deporte, pero resulta ser muy bueno. El anime se enfoca constantemente en el carácter humorístico de él mismo, utilizando a otros jugadores como el sostén dramático. La película da un vuelco y le cede el protagonismo a Ryota Miyagi; desde sus ojos vemos la historia, ojos dramáticos por lo demás, terriblemente sufridos.
Conocemos la familia de Ryota, el trágico accidente que sufre, las repercusiones de su pérdida y el deporte como sanador o constante recordatorio sombrío. Es interesante cómo se aborda el luto, la relación que tiene Ryota con el baloncesto y la que tiene su madre con el mismo. Vamos poco a poco conociendo las motivaciones, cargando al quinteto protagonista de sombras, matices, dolores e ilusiones que nos hacen llegar a las lágrimas. Todo intercalado con un partido de baloncesto frenético que desde los primeros minutos nos empuja al borde del asiento y nos obliga a ponernos de pie.
Siempre he sido partidario de la demostración de sentimientos de manera pública en el cine. ¿Quién soy yo para ahogar el llanto de un espectador deshidratado por la emoción? ¿No hay alegría en conjunto cuando toda la sala grita de emoción cuando el Capitán América levantó el Mjolnir en Endgame? ¿No vivimos mejor el drama cuando todos suspiramos en conjunto? En un mundo tan hostil y complejo, no hay que contener emociones. Recuerdo que cuando vi The First Slam Dunk en cines, el público se volvió loco. Celebraba los puntos, lloraba los fallos, aplaudía a rabiar, una situación catártica.
Volviendo a visitar la película, todas esas emociones, empujadas por la masa, perduraban en mí. No fue un evento único, impulsado por la multitud; es la construcción perfecta de una épica deportiva, acompañada de una línea argumental que hace imposible no comulgar con los protagonistas. El entendimiento de la emoción deportiva está presente en toda la película.
Inoue debuta en la dirección a lo grande, con un arrollador entendimiento de la épica y del drama. El manejo del sonido y los silencios solo agiganta el talento de una historia que, aun siendo un outsider del anime, se disfruta sobremanera.
Con el perdón de Buddy: El perro superestrella, Slam Dunk es el mejor partido de baloncesto de la historia del cine.
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