Saw X: Más que trampas y torturas, ¡un retorno a los orígenes del Juego del Miedo!

Probablemente la mayor virtud de la película Saw (2004) fue haber popularizado el subgénero del gore. Esas historias de terror llenas de sangre y tripas que estaban reservadas para los estómagos valientes. Cintas que no ocupaban espacios principales en los escaparates de las tiendas de videoclub.

Recuerdo las reuniones con amigos, a escondidas, para ver esa nueva entrega que prometía ser la más sangrienta de la historia.

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10 películas después, la saga del Juego del Miedo se afirma como una de las grandes producciones del terror moderno. A los cines ya llegó Saw X, la décima entrega que además funciona como secuela directa de la primera película, trayendo de regreso a John Kramer.

Una vieja estrategia del cine para traer de regreso a un personaje. La secuela escondida que nunca jamás se nombró resulta más elegante que traer de la muerte a un personaje. Dirigida por Kevin Greutert (director de Saw VI y Saw 3D) Saw X es un buen ejemplo de la forma de hacer cine franquiciado.

O al menos de hacer cine de Saw. La franquicia iba cayendo sin rumbo en un espiral de malas críticas. De hecho, Spiral fue un intento de darle una segunda vida a las películas y terminó siendo el último clavo del ataúd. Afuera Chris Rock y de vuelta a John Kramer. Un regreso a los orígenes con más tiempo en la pantalla a la trama que a las trampas y muertes.

La película tiene un largo primer acto de Kramer luchando contra el cáncer y viajando a México para someterse a un tratamiento potencialmente salvador, que termina no siéndolo. Una farsa que motiva a Kramer a llevar a cabo sus cuestionables métodos de persuasión para convertir a malas personas. Ya hacia la mitad de la película comienza el juego.

Hay un acierto total en darle más tiempo en pantalla a Kramer siendo un enfermo. No solo podemos conocer más a este increíble villano, sino que le da a la película todo lo faltante de las últimas, un trasfondo. Y es que en el terror abundan los personajes planos y Saw cayó en eso. Trampas espectaculares aplicadas a un fondo sin matices, convirtiendo la saga en un festín sangriento sin comensales interesantes.

La primera Saw de James Wan fue revolucionaria no por sus trampas, sino por su idea de justiciero que siempre va un paso adelante. Despiadado y con métodos aborrecibles, se fue construyendo a ese Jigsaw que se metió en el panteón de los asesinos de la gran pantalla. Bien sabemos que en Hollywood no se sabe cerrar una franquicia, por lo que se exprimió al personaje hasta dejarlo seco.

Es gratificante volver a ver una película que trata de desarrollar a sus personajes. Pero no solo de eso vive Saw y por lo mismo la segunda parte de la película nos presenta sus tan famosas y queridas trampas. Aquellas que nos hacen gruñir de dolor y esconder un poco la vista y aunque no hay nada como la piscina de agujas o el cepo para osos invertidos, sí hay trampas originales y sublimes.

La película cae en todos los tópicos imaginables, desde el estereotipado "filtro mexicano" hasta el giro sobre el giro de guión, pero lo que importa, es una película del Juego del Miedo que está bien. Que asquea y aterra y que le da profundidad a Jigsaw. Una película que no pretende ser más que una película. Y lamentablemente hay que valorar esa frase, ya que Saw se convirtió en un recopilatorio de torturas y viseras. Saw X es eso, pero también una película. ¿Jugamos un juego?

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