Columna de Mauricio Morales: "Kast: ¿se acabó la moda?"

Por Mauricio Morales, doctor en Ciencia Política, profesor titular, Universidad de Talca-Campus Santiago.

Según la reciente encuesta Cadem, José Antonio Kast aparece en el segundo lugar en la pregunta sobre preferencias presidenciales con un 11%, más cerca de Michelle Bachelet (9%) que de Evelyn Matthei (19%).

Entre mayo y julio del año pasado, Kast promedió 23,4%, momento en que el Partido Republicano disfrutaba de los resultados electorales de la elección de Consejeros Constitucionales, alcanzando el 35% de los votos.

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En ese entonces, Republicanos era 1.7 veces más que la sumatoria de todos los partidos de Chile Vamos. Kast era un líder reconocido y casi incontrarrestable. Matthei se movía en torno al 10% y los candidatos de la centroizquierda apenas aglutinaban un 7%.

La agenda política giraba en torno a Kast y el triunfo en esas elecciones de Consejeros solo fue comparable con la arremetida de la Democracia Cristiana en las legislativas de 1965, meses después de la victoria de Eduardo Frei Montalva.

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En ambos casos, los grandes derrotados fueron los partidos de la derecha tradicional. En 1965, la sumatoria de Conservadores y Liberales fue inferior al 13%, lo que llevó a ambos partidos a fusionarse al año siguiente en el Partido Nacional.

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En 2023, en tanto, la derecha tradicional se inclinó ante Kast y, cual perro apaleado, se sometió a sus designios. Sin embargo, la derrota en el plebiscito constitucional de ese año movió el tablero, propiciando un descenso significativo en sus apoyos. ¿Qué factores explican tal retroceso?

En primer lugar, “se acabó la moda”. Kast fue un personaje muy atractivo para los votantes de derecha, pues representaba fielmente los principios que este sector ha defendido con mayor fuerza, incluyendo la dictadura del general Pinochet. Pero no solo eso. Kast absorbió apoyos desde RN, UDI y Evopoli, tanto así que los votos de Sichel en 2021 pasaron naturalmente a sus bases electorales.

Adicionalmente, Kast fue percibido como un líder de mano dura, auténtico y capaz de enfrentar a la izquierda en su propia cancha. No deja de sorprender, por ejemplo, el éxito de Republicanos en los segmentos populares de la Región Metropolitana, los mismos que le dieron la victoria a Boric en la segunda vuelta electoral de 2021.

No obstante, este destello electoral se ha ido apagando. Kast dejó de ser novedad. Es más. Han aparecido liderazgos fuertemente intensos a su derecha, lo que ilustra una pérdida de consenso en torno a su figura dentro de su propio sector. Por otro lado, la activa agenda mediática de Rodolfo Carter también ha jugado en su contra, y no porque Carter esté marcando en las encuestas de opinión, sino porque disputa el monopolio de la “mano dura” frente a la delincuencia y el crimen organizado.

En segundo lugar, Kast aparece muy solo y sin equipos de trabajo. Da la sensación de que es el Partido Republicano y nada más. Hasta ahora, no ha mostrado un espíritu de coalición. Y esto es importante para los chilenos, pues la confianza en un futuro gobierno radica, en parte, en mostrar capacidades para gestionar y disposición para alcanzar los consensos necesarios.

En un contexto político como este, es inimaginable que Republicanos por sí solo alcance las mayorías necesarias para controlar el Congreso. Por tanto, es posible que los votantes vean en la candidatura de Kast un ímpetu político muy destacable, pero con escasas posibilidades de hacer un buen gobierno. Los llaneros solitarios funcionan eficientemente para canalizar el malestar, pero pocas veces para entregar certidumbre.

Por último, y ligado a lo anterior, Kast no se ha mostrado colaborativo en resolver los conflictos con Chile Vamos para armar las plantillas de candidatos de cara a las elecciones del 26 y 27 de octubre. Se le ve más preocupado de competir con Chile Vamos que de derrotar a la izquierda en las comunas más relevantes del país. Y eso le puede costar muy caro.

Kast debe distinguir entre la legítima búsqueda de la identidad política de su sector, y los objetivos electorales comunes con la derecha tradicional. De lo contrario, su candidatura no tendrá futuro, pues será vinculada más a un perfil destructor que a un liderazgo capaz de crear o generar gobierno.

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