Columna de Mauricio Morales: La Locomotora
- Por Julieta Garagay
Por Mauricio Morales, doctor en Ciencia Política, profesor titular, Universidad de Talca-Campus Santiago.
Recuerdo muy claramente el momento en que conocí al Presidente Piñera. Fui invitado a una reunión para dialogar sobre la situación política del país que, en ese entonces, era particularmente tensa. Luego de esperar unos minutos fuera de su oficina, Piñera salió a recibirme con especial afecto. Le di la mano y sólo atiné a decirle: “Un gusto en conocerlo personalmente, Presidente”. En lugar de responder como tradicionalmente se hace- el gusto es mío, por ejemplo- me respondió: “Pero yo lo conozco mucho a usted”.
Me pareció un cumplido exagerado y poco creíble, considerando que, dada su estatura política, conocer o identificar a un académico de las ciencias sociales estaría en el sótano de sus prioridades. Sin embargo, mi sorpresa fue mayúscula. Estaba al tanto de mis publicaciones y prácticamente las recitó. Como si eso fuese poco, tenía una carpeta con todos mis antecedentes sobre su caótico escritorio. No lo podía creer.
Luego de eso, hablamos de política contingente. Recuerdo que tomó su block de notas y comenzó a escribir las ideas que le iba transmitiendo. No sé si yo hablaba demasiado rápido o él escribía de una manera muy acelerada. A lo mejor por eso en la campaña senatorial de 1989 se autodenominó como La Locomotora, pensé.
Me llamó la atención que con una regla rota y un lápiz rojo fuese subrayando lo que, creo, eran los conceptos centrales de nuestro diálogo, que en realidad era una entrevista a ratos convertida en interrogatorio.
Luego de algunos minutos comencé a sufrir. Las preguntas del Presidente no eran sobre asuntos generales, sino que sobre cuestiones técnicas y muy puntuales. Me sentí exigido al máximo y pensé en cómo los ministros podían aguantar ese ritmo. Perdí la cuenta del número de hojas que ocupó el Presidente, pero sentí que nuestra conversación, al menos en ese momento, era lo más importante para él.
Luego de una hora comencé a mostrar cansancio. Creo que el Presidente se dio cuenta y, para darme un respiro, pasó a contarme varias anécdotas. Ahí tomé venganza. Le pregunté sobre distintos asuntos y en medio del diálogo me mostraba las fotos más variadas con diferentes líderes internacionales.
Hablamos de encuestas, y le pregunté cómo lo había hecho para acertar el resultado de la elección de 1999 entre Lagos y Lavín, época en la que él encabezaba la Fundación Futuro. Discutimos sobre aspectos técnicos de esa encuesta y también sobre una broma que le hizo a varios políticos y a la señora Cecilia. Como el sistema de aplicación de sus encuestas era telefónico- mirado con recelo en esa época dado el predominio del método “cara a cara”- los llamó de manera incógnita para preguntar sobre la intención de voto y la imagen de distintos líderes, incluido él. “Me encontré con varias sorpresas”, dijo. “Apuesto que la señora Cecilia respondió que no votaría por usted”, le respondí. El Presidente respiró profundo y levantó las manos como siempre solía hacerlo. No emitió ningún comentario y yo tampoco quise insistir.
Luego de la reunión me quedaron claras varias cosas. Primero, que la intensidad de Piñera estaba totalmente fuera de lo normal. Yo sabía que era así, pero la realidad superó a la ficción. Segundo, que era totalmente falsa esta idea de que no escuchaba al resto. Todo lo contrario. Tercero, que era un político extremadamente inteligente. Era cosa de someterse a su interrogatorio para percatarse rápidamente de eso. Cuarto, y en eso nos entendimos a la perfección, sólo lo convencían argumentos basados en la evidencia. No le gustaban los “creo que”, “pienso que”, “a lo mejor”. Concluido el diálogo, se despidió con especial cariño y nos tomamos una foto. Horas más tarde, me la envió personalmente. Perdí esa foto, pero no olvido su gesto.
Quise contar esta experiencia personal más que evaluar su gestión presidencial. La historia será justa con sus gobiernos, con muchas más luces que sombras. Mi gran crítica siempre ha sido y será la decisión de abrir un proceso constitucional con la pistola al pecho en medio de la revuelta de octubre de 2019. Pero eso ya es pasado. En una de esas el equivocado soy yo y, en los minutos más aciagos de nuestra democracia, esa era la mejor alternativa frente a la declaración de estado de sitio o, incluso, la renuncia presidencial.
De cualquier forma, y como muestra la última encuesta CADEM, el saldo de los gobiernos de Piñera es positivo. El 87% lo define como un hombre de diálogo y de grandes acuerdos, el 83% señala que será recordado con cariño y admiración, y el 60% sostiene que logró importantes avances en los problemas que le tocó enfrentar. Como si esto fuera poco, el 36% afirma que fue “un gran Presidente”, y el 41% estima que es “mejor que el promedio”. Dicho en otros términos, casi el 80% lo destaca por sobre el resto. Toda una Locomotora.
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