Columna de Mauricio Morales: "La Constitución perpetua"
- Por Meganoticias
Por Mauricio Morales, doctor en Ciencia Política, profesor titular, Universidad de Talca-Campus Santiago.
La izquierda perdió, y la derecha dejó de ganar. La izquierda enarboló las banderas del cambio constitucional y aprovechó el estallido social para sacar el proceso por la fuerza, pero se topó con la firme oposición de la ciudadanía. La derecha, en tanto, desperdició la oportunidad histórica para escribir una nueva Constitución, pero se quedó con la actual.
Con dos procesos constitucionales fallidos, la conclusión es una sola: la actual Constitución es el punto de equilibrio del sistema político y, visto así, es la Constitución perpetua.
Luego de cuatro años llenos de incertidumbre, odiosidad y polarización, la elite política se ha convencido de que el camino correcto son las reformas constitucionales. Nadie discute que el actual texto requiere un perfeccionamiento y modernización de sus contenidos, pero esto se hace a la buena y no a la mala. Chile debe recuperar el camino de la gradualidad que tantos avances facilitó en las dos primeras décadas de la post-transición.
La elite intelectual, en tanto, debe reconocer que el problema constitucional no existe ni existió, y que ese error de diagnóstico nos llevó por el despeñadero. Seguramente, se seguirán escribiendo libros y columnas sobre la necesidad de una nueva Constitución, pero nada de eso extinguirá la culpa por haber azuzado a la elite política para avanzar en este irracional proceso. Hasta ahora no se ha escuchado desde los intelectuales ninguna clase de arrepentimiento genuino ni, mucho menos, un reconocimiento explícito del error que casi nos cuesta el país. Pero no importa. Lo escrito, escrito está.
La reciente encuesta Cadem refuerza los puntos mencionados. Por ejemplo, el 77% dice que “hay que dar por cerrado el tema constituyente y reformar más adelante lo que sea necesario”. Solo un 19% anhela un nuevo proceso. Esto no solo refleja hartazgo, sino que también un retorno a la racionalidad y la moderación. Por eso mismo será difícil que en los próximos comicios presidenciales algún candidato ofrezca la “nueva Constitución” como la solución a los problemas del país.
La misma encuesta señala, además, que la mitad de los chilenos cree que la actual Constitución se ha legitimado a raíz de los dos procesos fallidos. Evidentemente, hay una fractura respecto a este punto, pero por eso mismo es que esta Constitución será perpetua. Como no existe acuerdo sobre su legitimidad absoluta, avanzar en un proceso que conduzca a esa legitimación es altamente costoso. Desde mi perspectiva, no obstante, esta Constitución está absolutamente legitimada.
En 2022 se rechazó la propuesta de la izquierda y en 2023 el texto de la derecha. En ambos plebiscitos los chilenos prefirieron seguir con la Constitución actual. Alguien argumentará que en el plebiscito de entrada en 2020 el 40% de la población en edad de votar- el 78% de los votantes efectivos- aprobó escribir una nueva Constitución. Esto se hizo en medio de un estallido social particularmente violento, iniciándose el proceso casi con la pistola al pecho. Sin embargo, y reconociendo la absoluta validez de esos resultados, el plebiscito de entrada solo mostró una simple disposición al cambio. Es como si a una persona la preguntaran si le gustaría cambiarse de casa. Intuitivamente, podría decir que sí, pero la decisión estricta se producirá cuando le muestren la casa nueva y la compare con la actual. En ambos plebiscitos la ciudadanía rechazó el cambio de casa.
Lo anterior, por cierto, no implica inmovilidad. La Constitución requiere reformas. Sería muy razonable avanzar hacia un estado social y democrático de derecho, junto con promover un sistema político más proclive a la colaboración que al conflicto. Se necesita, además, una Constitución más actualizada en asuntos de seguridad pública, terrorismo y crimen organizado, junto con reglas más severas frentes a actos de corrupción pública y privada. Todo esto lo podemos discutir, avanzando de manera progresiva y consensuada, pero jamás mediante la fórmula dos veces fracasada.
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