Se hizo pasar como prostituta para encontrar a su esposo e hijo desaparecidos

  • Por Meganoticias

Marisol Padilla, una mujer indígena de Colombia, vivía con su esposo, su hijo mayor un bebé que recién había dado a luz. En noviembre de 2004 grupos armados paramilitares entraron a su casa en la vereda Caravaggio del Departamento de Magdalena, sacaron a su pareja, a su hijo de siete años y se los llevaron.

La violaron antes de desaparecer. “Yo me quedé adentro. Uno de ellos me miró y me dijo: ‘Todo es por culpa de esta malparida’. Empezó a quitarme la ropa, no le importó que yo tenía solo siete días de parida, empezó a tocarme, y de ahí no sé más. Yo por la debilidad, perdí el conocimiento”.

Lo peor no había terminado, pues esos hombres la dejaron en tan mal estado que los médicos no tuvieron más remedio que removerle la matriz.

El silencio de las autoridades

Su historia fue retratada en un informe del diario El Espectador. Marisol quedó marcada por la violencia, y no encontraba consuelo ante la ausencia de su esposo (Marcos Antonio) y de su hijo mayor (Víctor Aguilar).

Para entonces, no pagar una vacuna (extorsión) a los grupos armados significaba la muerte. Pero ella guardaba esperanzas de encontrarlos. Marisol Padilla debía enfrentar el futuro sola, sin saber leer ni escribir, con los cuatro hijos que le quedaban y con la marca de la violación en la memoria.

La desaparición de su esposo e hijo no fue denunciada. Marisol cuenta que una vez acudió ante un funcionario para presentar su caso y le respondió que “dejara de joder con eso”, que su marido se fue porque era “muy cansona” y se llevó "el pelado (niño) pa' donde la otra mujer", citó el informe.

Desesperada se desplazó hasta Villanueva, en el Departamento de la Guajira y pidió a una tía vivir temporalmente en su casa. El apoyo sirvió para pensar en la forma de buscar a sus seres queridos.

Una búsqueda sin respuestas

Regresar al lugar donde había ocurrido todo suponía un riesgo, pero lo asumió. En el año 2005 dejó a sus hijos con la tía y acudió sola a Fundación. Preguntaba cómo acceder a campamentos paramilitares, cómo poder observar si las personas que buscaba estaban prisioneras y las respuestas llevaban a la prostitución.

Marisol se tiñó el cabello de amarillo y se maquilló para no ser reconocida. Supo que había un enlace entre los jefes armados y las prostitutas que eran llevadas hasta un campamento en la sierra de río Frío.

"Al principio me dio miedo, no me le medía. Pero luego empecé a tener amistades con ellas, a darme cuenta de quiénes subían para sacar información. Recuerdo que había una muchacha llamada Mariana. A ella la desaparecieron ahí en la base. Ella subió un fin de semana y no volvió a bajar. Cuando a Mariana la desaparecen, me dice que suba, pero que me cambié el nombre. Me hice llamar Mariana, como la joven que no volví a ver".

La mujer acudió tres veces a la cita con los violentos. En cada visita observaba todo lo que podía, pero no encontró nada. Con el fracaso en sus manos, pero con planes de estudiar y de ayudar a otras familias víctimas de la violencia regresaba a la Guajira.

Sin sospecharlo, en el autobús un hombre que la reconoció le dijo: "A tu esposo lo subieron y efectivamente lo mataron. Pero a tu niño no lo subieron, a él lo dejaron abajo. ¿Tú te acuerdas del palo de bonga que está en la parte de atrás de la estación? Ahí al lado hay un platanal. Mari, debajo de cada mata de plátano de esas hay un cuerpo enterrado... Y tu niño fue entregado a una familia". 

Marisol guarda una foto del niño y solo espera poder encontrarlo. "Mientras tenga aliento para seguir adelante, él siempre va a estar ahí. Siempre va a contar conmigo", declaró.

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